Escritorio / 30 octubre 2010

Escritorio: Relajo

Tomaba un café con una amiga que estrenaba independencia. Escuchaba sus experiencias nuevas e impresiones sobre la vida de adulto. Muchas muy buenas, y una contra alarmante:

– No imaginé que mantener una casa en forma fuera tan trabajoso. Llego de la oficina a las siete y lo único que hago es barrer, pasar el trapo, lavar ropa, limpiar vidrios… Cuando termino ya no sirvo más- dijo un poco angustiada.
– Y sí, lleva tiempo pero… Pará: ¿Cada cuánto pasás el trapo?- pregunté.
– Todos los días, obvio.

¿Qué? ¿TODOS los días? Me sentí completamente en offside, porque no podía recordar la última vez que lo había hecho en mi casa. Le contesté un evasivo Tranqui, ya vas a encontrar tu mejor ritmo y cambié el tema.

Pero la inquietud me quedó rebotando en la cabeza y esa noche, mientras miraba el piso con detenimiento, recordé una observación recurrente entre los comentaristas: ¿Cómo hacen para limpiar todo eso?, frente a una simple repisa con adornos. ¿Nos quedamos tildados en el frega y frega de nuestras abuelas amas de casa? ¿O es que de verdad nos creemos que es de locos (o sucios) no eliminar el 99,9% de los gérmenes y bacterias? ¿Es realmente tan inquietante la presencia de un poco de polvo entre los libros?

Si no tenemos alergia o un bebé que chupe todo lo que ve, ¿no sería mejor disolver la necesidad urgente de ver cada cosa brillar para hacer que el estar en casa sea un recreo? Se puede ser limpio y no estar obsesionado con el tema. Se puede tener cosas lindas y decidir con buen humor cuándo queremos ocuparnos de ellas.

(Ahora, si limpiás a fondo todos los días porque sos un loquito que llega al climax cuando tiene el Cif en la mano… ése es otro cantar.)

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